domingo, 9 de enero de 2011

CALEIDOSCOPIO

A veces me cuestiono si la mirada distorsionada que tenemos sobre los fenómenos sociales puede deberse a algo más allá de la tintada lente cóncava desde la que se nos permite ver a la propia sociedad. 

Me interrogo y trato de sondear el problema en “buena lid”, con afán constructivo y desinteresado; no obstante, la conclusión, empírica, es siempre la misma. 

Ayer vi, con la sangre en los ojos, cómo la cabeza de un hombre era pateada por un policía norteamericano. Contemplé cómo la periodista que nos ofrecía la noticia se mostraba indignada por esa demostración de brutalidad policial. Tan sólo unos instantes después la misma periodista arrinconará su reprobación “democrática” cuando nos muestre las imágines de unos disturbios “extra futbolísticos” en Barcelona. Allí, un hombre herido es aplastado contra el suelo mientras quienes le rodean tratan de trasladarlo, sin que la policía, la misma que lo embiste, repare en su estado; otro es golpeado con saña en las piernas, espalda y cabeza mientras tres policías de paisano lo inmovilizan y lo dejan en postura franca para que el que enarbola la porra no pueda fallar; una chica, que caminaba tranquilamente con un acompañante, es empujada violentamente por la espalda, siendo la hazaña obra de otro policía dotado de la frialdad y predeterminación propias de quien se sabe impune, dueño de una calle que empieza a estar despejada. Ante este espectáculo la periodista sólo sabrá hablarnos de la “brutalidad de los vándalos” y de cómo han “obligado a la policía a emplearse a fondo”… Uno sólo puede leer en sus labios la aprobación morbosa. 

Mis ojos curiosos no se paran ahí. Observo el horror farisaico que muestran unos rostros maquillados, mientras hablan de las brutales medidas racistas que pretende imponer Berlusconi a los inmigrantes en Italia. Presencio un espectáculo de lamentaciones y vestiduras rasgadas provenientes de los mismos que contemplan impertérritos a miles de hombres y mujeres engullidos por el Atlántico, confinados entre hormigón, hambrientos en el asfalto o muertos y sepultados por la tupida red de las “extrañas circunstancias”. Ante esto, las mentes “bien pensantes” de la democrática abstracción “española” permanecen en calma, serenos, como todos… Ahogados en silencio. 
Sigo mirando un poco más lejos en el tiempo y, sin mucho esfuerzo, veo el horrible espectáculo ofrecido por el Estado marroquí cuando apercolló judicialmente a un muchacho por atreverse a vulnerar una consigna tradicionalista sustituyendo el “sacrosanto” nombre del monarca por el de un equipo de futbol. Un espectáculo repulsivo, lamentable, desquiciado, propio de la pesadilla kafkiana relatada en El Proceso. Y aún cuando el recuerdo es más lejano, podemos, con los ojos de la memoria, seguir viendo cómo, en esta misma década, un periodista, también marroquí, fue detenido por atreverse a caricaturizar la “hierática” figura real. Sin embargo, según dicen los “analistas mediáticos”, eso en un “país progresista, europeo, avanzado”, nunca pasaría… Horrible giro del guión ¿Qué podría pasarnos, en uno de esos “civilizados países desarrollados” si ridiculizáramos a un monarca o a uno de sus vástagos en una viñeta de forma pública? ¿Qué nos ocurriría si quemáramos su “egregio” retrato, si mancilláramos la representación “sagrada” de un símbolo “suprahumano” encarnado en una cara profana? Nos pasaría lo mismo que en esas fronteras tan “lejanas” y tan “alejadas del progreso”; nos sentaríamos en el banquillo de los acusados, nos resignaríamos a ver nuestras ideas secuestradas y nuestros cuerpos maniatados, seríamos amordazados en aquella región donde todo Individuo es soberano: su Conciencia. Allí, nos descubriríamos prisioneros en nuestra propia mente, cautivos por causa de todo aquello que nuestra imaginación se atreviera a vomitar.

Sí, gozamos de un catalejo que presume de nitidez cuando se trata de observar las injusticias “extraterritoriales”; pero tenemos un gran Caleidoscopio ante nuestros ojos cuando somos tan atrevidos como para tratar de otear nuestros propios pies. Todo “fuera”, en la distancia, es “barbarie”, “salvajismo”, “machismo”, “xenofobia”, “censura” y “violencia”; pero aquí todo se escuda bajo la putrefacta “Civilización” y la carcomida “Europa”. Los uxoricidios que tiñen de rojo las calles y casas convertidas en presidios para toda mujer que aspire a la independencia de espíritu; el genocidio pasivamente consentido y activamente provocado por unas barreras liberticidas –marítimas y terrestres– que aniquilan a la juventud africana cuando no se contentan con ahogarla en su propia cuna; que un Individuo pueda ir a la cárcel, ser violentado en los dominios de su Pensamiento, por osar manifestar su odio y desprecio hacia toda institución monárquica o hacia una organización recaudadora de derechos de autor, eso es algo que queda oculto y desvirtuado bajo la oscura lente de nuestro particular Caleidoscopio. 

En estas circunstancias, hablar de “libertad de expresión” resulta una simple broma macabra. 

Pero yo, personalmente, no puedo contentarme con acatar satisfecho tal conclusión. Quiero condenar el dolo allá donde lo encuentre y destruir toda abstracción caduca sin importarme qué intereses represente, y lo haré, pues –parafraseando a Henry David Thoreau– por lo menos mediante mis ideas podré asesinar al Estado.

Ruymán Épater les Bourgeois

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